Cauce del Guadiana, en el punto donde el río empieza a desbordarse para formar las Tablas de Daimiel. A estas horas, hacia las 8 de la mañana, el sol debería despuntar ya hacia el este. Pero hace frío, la atmósfera está inmóvil y una niebla espesa cierra el horizonte a unos pocos metros.
Para la vista, el telón de fondo de la escena es una red tupida de cañas entreveradas de niebla. Para el oído, más allá de la niebla, el espacio se ensancha. El parpar lejano de los patos dibuja el horizonte; la risa destemplada de los ánades azulones, los silbidos delicados de las pequeñas cercetas comunes.
Pero los patos no son los únicos activos esta mañana. Varias gaviotas reidoras revuelan y chillan sobre la orillas enfangadas, buscando algo que llevarse al pico. También lejos, pero con un silbido tan potente que anula la distancia, trina un archibebe común. Y gruñe una garceta.
Un siseo agudo y un fuerte batir de alas anuncia a un bando de azulones, que apenas aparece se difumina en la niebla. Los patos vuelven a las aguas profundas después de haber pasado la noche merodeando por los campos aledaños.
Una gallineta reclama entre las cañas, con un estornudo nasal, discreto. A ratos trompetea. Y dos zampullines chicos silban a pocos metros.
Quietud en el agua, que sólo suena cuando alguien la agita: una focha sale a la
carrera y chapotea laguna adentro.
Pero, de alguna forma, el agua sí suena: como un espejo para el sonido, los trompeteos y pitidos nasales de las fochas se estiran, se reflejan y reverberan sobre la lámina de agua quieta.
Sonido e Imagen:
Carlos de Hita | Fuente:
El Mundo